Para mi amiga Amelia, la good morning de Rubén y mi directora favorita de todas las que tendré.
Cuarto complemento del servipack de entrenamiento de toda madre imperfecta, los cumpleaños (desde el 1er año hasta el 5to) incluidos los del colegio, por tanto en este capitulo tratare de describir la experiencia que supone el celebrarle a mi hijo mayor (que en todo caso es con el que una se estrena) los cumpleaños en su amado colegio…
Si bien, ya habíamos descrito brevemente (en capítulos pasados) como es la relación de acercamiento al colegio, tengo que aclarar que en principio da temor enfrentarse a la directora (si, aquella que muy amablemente nos dijo que éramos unas sobre protectoras terribles, y que nos termino de encasquetar el mote de MAMÁ DE…), esa amable licenciada en educación, no, perdón es profesora (“porque yo soy graduada del pedagógico y es un punto de honor que nos llamen profesor, no licenciado”) que se encuentra sentada en su oficina, siempre ocupada y que te atiende siempre con una sonrisa en la cara (menos mal), a la que le explicas la situación y quien de regreso te explica las normas del colegio para estas celebraciones:
-“las fiestas de cumpleaños se realizan solamente los días viernes, no debes traer mas que la torta y unos refrescos, no se mandan invitaciones, no se puede tomar mas que la hora del recreo, no puede asistir toda la familia, no se deben traer serpentinas ni nada que ensucie el salón, la decoración no es necesaria, si va a traer cotillones debe identificarlos, solicite a la maestra la lista de niños” y seguramente alguna otra que por los mismos nervios de ese día no recuerdo.
Con estos mandamientos regresa una a la casa, pensando que no puede ser tan difícil, porque ya ha llegado el nene con dos o tres cotillones a la casa de compañeritos cuyas madres se han lanzado a la misma aventura y han vivido para contarlo, además esta el aliciente del orgulloso padre imperfecto, que remata: “¿que prefieres eso o los veinte carajitos brincando en el parque, con los respectivos papás y mamás?, yo creo que en el colegio es más sencillo”.
Lo que nadie jamás te dice, para variar, es la cosa no es ni tan fácil, porque obviamente debes hacer una reunión en tu casa el día del cumpleaños del niño, mas la del colegio (en mi caso la del colegio fue el viernes y la de la casa el sábado).
Por fin entre a los prolegómenos de la organización del magno evento escolar, mi hijo había comentado con los amiguitos lo del cumpleaños y había dicho: “va a ser el mejor cumpleaños del mundo”, y ¿con que corazón una madre, por imperfecta que sea, defrauda a su hijito?, así que me fui compre los fulanos cotillones, lista en mano, mas tres cotillones de emergencia, para mi sobrino que no estudia en el mismo colegio, para el hermanito menor del homenajeado quien al ser menor que el no disfrutaría de la fiesta en el colegio y un tercer cotillón de emergencias, porque como recordarán nosotras las madres imperfectas somos los sujetos de pruebas favoritos del universo.
Arme mis cotillones, los identifiqué, hice no una, sino dos tortas con el mismo motivo de los cotillones (me encanta la repostería y prefiero mil veces hacerle yo su torta a mis hijos a su gusto que gastarme un dineral en una torta de la calle por muy buenas que sean), compre unos refrescos, arme un par de juegos para que el compartiera con sus compañeros, y finalmente tomé las fotos del cumpleañero con sus tortas, escogió el mismo cual era la elegida para llevar al colegio, y dejamos todo armado para el día siguiente.
Amaneció de cumpleaños, le hice su desayuno favorito, se vistió como quiso (era su cumpleaños y los viernes son permisivos en el colegio, gracias a Dios), lo llevó al colegio su papá y yo me quedé ultimando los detalles para irme poco antes del recreo y armar todo, me arregle, agarre la perolera y me fui volando a darle el mejor cumpleaños que una madre imperfecta puede darle a su querubín.
Llegue al colegio (en donde la directora muy amable, me ayudo con todo y superviso todo), la maestra me recibió con aquellas criaturas sentaditas en sus mesitas de trabajo, con ojos expectantes (yo me sentía en la propia jaula de los leones), hicimos los juegos, picamos la torta, cantamos, y se entregaron los cotillones, todo en una hora. Al final dí las gracias a la maestra y a la directora, (gracias profesora) recogí mis peroles y a mi bebe (ya no tan bebe, estaba celebrando su cuarto cumpleaños y el primero en edad escolar), y me regrese a casa pensando en todo lo que uno puede hacer en una hora.
El balance era positivo y para nada traumático, muchas mamás me agradecieron el haber compartido con sus hijos el cumpleaños del mío, y me sentí feliz.
Pasado un año (y obviamente un año escolar nuevo), mi hijo pidió celebrar su quinto cumpleaños nuevamente con sus amigos en su colegio, yo para mis adentros me alegré, porque ya había pasado por eso, y los miedos que tenía al principio habían desaparecido, la directora era ya mas cercana (hoy en día puedo decir orgullosa que la considero mi amiga. Incluso mas allá de su rol de directora, me ha enseñado mucho, cosa que agradezco infinitamente, y que jamás en la vida tendré como pagarle), y con una llamada de teléfono quedó todo pautado para el siguiente Viernes.
Igual que el año anterior, compre todo, identifique todo, pedí mi lista y ese año pude llevar a la madrina de mi hijo (mi hermana Bea, que vive en España y estaba de visita) y a mi hermana menor (que es voluntaria de Payasos de hospital) y que haría magia para mi hijo y sus amigos, y me dejaron incluso llevar al orgulloso padre, que tomaría todas las fotos, ese año me prestaron el pequeño y hermoso parque de recreo, me habilitaron un espacio para poner la mesa y ¡hasta pude llevar globomagia para los niños!. ¡Me sentía la reina del arroz con pollo!
Cuando llegamos los amiguitos de mi hijo pegaban gritos, ya todos me conocían, la Mamá de Rubén, (que puedo decir), y la maestra de mi hijo (una mujer extraordinaria, vertical en su proceder – como lo dice la misma directora- eficiente y ordenada) se prestó para ayudarme en todo. La maestra de mi hijo, superviso todo, mantuvo a los niños en perfecto orden, participo de los juegos, ayudo con los trucos de magia, ayudo con la colocación de la torta, ayudo a servirle refrescos a los niños entre un juego y otro, todo esto sin pedírselo y siempre muy sonriente, me sentía encantada, todo fue un éxito, pero cuando llego la hora de la torta, la maestra se me acerco y con voz muy suave pero tono de general de la armada me dijo sin dudar:
- Señora Elsa, los niños que se van a las 12 pueden comer torta los que se quedan hasta la tarde la tomaran de postre, luego del almuerzo, los cotillones los entregaremos bajo ese mismo concepto, los que se van se los pueden llevar de inmediato, los que se quedan en la tarde, los reciben al irse. Así que, si me hace el favor, me los entrega y yo mientras cantan cumpleaños los clasifico, de forma que no perdamos tiempo, ya que son mas de las 11 y el almuerzo de quienes se quedan ya está listo y no debemos retrasarlo mas.
¿Que se hace ante tal panorama?, entregar con la boca desencajada las bolsitas, y cantar cumpleaños mientras aquella diligente mujer se encargaba, tal cual me lo dijo, de todo, servir en platos diferentes la torta de los que estaban por irse (y por ello autorizados a comerla) y los que se quedaba (y debían esperar el almuerzo para tomar el postre), recoger minuciosamente todo, y salir de allí, en formación de orden cerrado, al más puro estilo de los bielorrusos, no me quedaba de otra. Así pues, después de una despedida sumamente efusiva de mi hijo hacia su maestra (la abrazo, le deseo feliz fin de semana, le dio un beso) y ella igualmente correspondió con el mismo afecto, nos montamos en el carro, y en el silencio tenso de todos (pues tanto mis hermanas, como mi esposo se dieron cuenta de mi cara de desubicada ante tal portento de mando y orden) le pregunté a mi hijo:
-¿Como la pasaste mi amor?, ¿estas satisfecho?, ¿te gusto todo?, ¿quedaste contento?
- si, mami me gustó mucho todo, gracias mami, gracias madrina, gracias tía, gracias papi, por estar conmigo, y remato la frase así: ¿viste que buena es mi maestra?
-Si mi amor, ¿te gusta mucho tu maestra?
-Si mami si me gusta, ¿sabes por que?... Por que es igualita a ti.
Y entonces entendí que como los polos opuestos se atraen, así mismo los polos iguales se repelen, aquella maestra era como yo, o yo como ella, en lo metódica, en lo ordenada, en lo vertical, y en como aplicaba el control sobre sus alumnos buscando lo mejor de ellos en cada situación, tanto como lo hacia yo con mi hijo, por eso me había incomodado la fuerza con la que me habló, pero a la vez comencé a sentir simpatía aquella mujer, le daba confianza y respeto a mi hijo, tanto que con cinco años ya estaba leyendo y se sentía seguro bajo su cuidado, ese fue el mejor regalo de cumpleaños que le podía dar su maestra, y haberla escogido el mejor regalo que le podía dar su directora (su teacher querida como el dice) y yo estaba agradecida.
Cuarto complemento del servipack de entrenamiento de toda madre imperfecta, los cumpleaños (desde el 1er año hasta el 5to) incluidos los del colegio, por tanto en este capitulo tratare de describir la experiencia que supone el celebrarle a mi hijo mayor (que en todo caso es con el que una se estrena) los cumpleaños en su amado colegio…
Si bien, ya habíamos descrito brevemente (en capítulos pasados) como es la relación de acercamiento al colegio, tengo que aclarar que en principio da temor enfrentarse a la directora (si, aquella que muy amablemente nos dijo que éramos unas sobre protectoras terribles, y que nos termino de encasquetar el mote de MAMÁ DE…), esa amable licenciada en educación, no, perdón es profesora (“porque yo soy graduada del pedagógico y es un punto de honor que nos llamen profesor, no licenciado”) que se encuentra sentada en su oficina, siempre ocupada y que te atiende siempre con una sonrisa en la cara (menos mal), a la que le explicas la situación y quien de regreso te explica las normas del colegio para estas celebraciones:
-“las fiestas de cumpleaños se realizan solamente los días viernes, no debes traer mas que la torta y unos refrescos, no se mandan invitaciones, no se puede tomar mas que la hora del recreo, no puede asistir toda la familia, no se deben traer serpentinas ni nada que ensucie el salón, la decoración no es necesaria, si va a traer cotillones debe identificarlos, solicite a la maestra la lista de niños” y seguramente alguna otra que por los mismos nervios de ese día no recuerdo.
Con estos mandamientos regresa una a la casa, pensando que no puede ser tan difícil, porque ya ha llegado el nene con dos o tres cotillones a la casa de compañeritos cuyas madres se han lanzado a la misma aventura y han vivido para contarlo, además esta el aliciente del orgulloso padre imperfecto, que remata: “¿que prefieres eso o los veinte carajitos brincando en el parque, con los respectivos papás y mamás?, yo creo que en el colegio es más sencillo”.
Lo que nadie jamás te dice, para variar, es la cosa no es ni tan fácil, porque obviamente debes hacer una reunión en tu casa el día del cumpleaños del niño, mas la del colegio (en mi caso la del colegio fue el viernes y la de la casa el sábado).
Por fin entre a los prolegómenos de la organización del magno evento escolar, mi hijo había comentado con los amiguitos lo del cumpleaños y había dicho: “va a ser el mejor cumpleaños del mundo”, y ¿con que corazón una madre, por imperfecta que sea, defrauda a su hijito?, así que me fui compre los fulanos cotillones, lista en mano, mas tres cotillones de emergencia, para mi sobrino que no estudia en el mismo colegio, para el hermanito menor del homenajeado quien al ser menor que el no disfrutaría de la fiesta en el colegio y un tercer cotillón de emergencias, porque como recordarán nosotras las madres imperfectas somos los sujetos de pruebas favoritos del universo.
Arme mis cotillones, los identifiqué, hice no una, sino dos tortas con el mismo motivo de los cotillones (me encanta la repostería y prefiero mil veces hacerle yo su torta a mis hijos a su gusto que gastarme un dineral en una torta de la calle por muy buenas que sean), compre unos refrescos, arme un par de juegos para que el compartiera con sus compañeros, y finalmente tomé las fotos del cumpleañero con sus tortas, escogió el mismo cual era la elegida para llevar al colegio, y dejamos todo armado para el día siguiente.
Amaneció de cumpleaños, le hice su desayuno favorito, se vistió como quiso (era su cumpleaños y los viernes son permisivos en el colegio, gracias a Dios), lo llevó al colegio su papá y yo me quedé ultimando los detalles para irme poco antes del recreo y armar todo, me arregle, agarre la perolera y me fui volando a darle el mejor cumpleaños que una madre imperfecta puede darle a su querubín.
Llegue al colegio (en donde la directora muy amable, me ayudo con todo y superviso todo), la maestra me recibió con aquellas criaturas sentaditas en sus mesitas de trabajo, con ojos expectantes (yo me sentía en la propia jaula de los leones), hicimos los juegos, picamos la torta, cantamos, y se entregaron los cotillones, todo en una hora. Al final dí las gracias a la maestra y a la directora, (gracias profesora) recogí mis peroles y a mi bebe (ya no tan bebe, estaba celebrando su cuarto cumpleaños y el primero en edad escolar), y me regrese a casa pensando en todo lo que uno puede hacer en una hora.
El balance era positivo y para nada traumático, muchas mamás me agradecieron el haber compartido con sus hijos el cumpleaños del mío, y me sentí feliz.
Pasado un año (y obviamente un año escolar nuevo), mi hijo pidió celebrar su quinto cumpleaños nuevamente con sus amigos en su colegio, yo para mis adentros me alegré, porque ya había pasado por eso, y los miedos que tenía al principio habían desaparecido, la directora era ya mas cercana (hoy en día puedo decir orgullosa que la considero mi amiga. Incluso mas allá de su rol de directora, me ha enseñado mucho, cosa que agradezco infinitamente, y que jamás en la vida tendré como pagarle), y con una llamada de teléfono quedó todo pautado para el siguiente Viernes.
Igual que el año anterior, compre todo, identifique todo, pedí mi lista y ese año pude llevar a la madrina de mi hijo (mi hermana Bea, que vive en España y estaba de visita) y a mi hermana menor (que es voluntaria de Payasos de hospital) y que haría magia para mi hijo y sus amigos, y me dejaron incluso llevar al orgulloso padre, que tomaría todas las fotos, ese año me prestaron el pequeño y hermoso parque de recreo, me habilitaron un espacio para poner la mesa y ¡hasta pude llevar globomagia para los niños!. ¡Me sentía la reina del arroz con pollo!
Cuando llegamos los amiguitos de mi hijo pegaban gritos, ya todos me conocían, la Mamá de Rubén, (que puedo decir), y la maestra de mi hijo (una mujer extraordinaria, vertical en su proceder – como lo dice la misma directora- eficiente y ordenada) se prestó para ayudarme en todo. La maestra de mi hijo, superviso todo, mantuvo a los niños en perfecto orden, participo de los juegos, ayudo con los trucos de magia, ayudo con la colocación de la torta, ayudo a servirle refrescos a los niños entre un juego y otro, todo esto sin pedírselo y siempre muy sonriente, me sentía encantada, todo fue un éxito, pero cuando llego la hora de la torta, la maestra se me acerco y con voz muy suave pero tono de general de la armada me dijo sin dudar:
- Señora Elsa, los niños que se van a las 12 pueden comer torta los que se quedan hasta la tarde la tomaran de postre, luego del almuerzo, los cotillones los entregaremos bajo ese mismo concepto, los que se van se los pueden llevar de inmediato, los que se quedan en la tarde, los reciben al irse. Así que, si me hace el favor, me los entrega y yo mientras cantan cumpleaños los clasifico, de forma que no perdamos tiempo, ya que son mas de las 11 y el almuerzo de quienes se quedan ya está listo y no debemos retrasarlo mas.
¿Que se hace ante tal panorama?, entregar con la boca desencajada las bolsitas, y cantar cumpleaños mientras aquella diligente mujer se encargaba, tal cual me lo dijo, de todo, servir en platos diferentes la torta de los que estaban por irse (y por ello autorizados a comerla) y los que se quedaba (y debían esperar el almuerzo para tomar el postre), recoger minuciosamente todo, y salir de allí, en formación de orden cerrado, al más puro estilo de los bielorrusos, no me quedaba de otra. Así pues, después de una despedida sumamente efusiva de mi hijo hacia su maestra (la abrazo, le deseo feliz fin de semana, le dio un beso) y ella igualmente correspondió con el mismo afecto, nos montamos en el carro, y en el silencio tenso de todos (pues tanto mis hermanas, como mi esposo se dieron cuenta de mi cara de desubicada ante tal portento de mando y orden) le pregunté a mi hijo:
-¿Como la pasaste mi amor?, ¿estas satisfecho?, ¿te gusto todo?, ¿quedaste contento?
- si, mami me gustó mucho todo, gracias mami, gracias madrina, gracias tía, gracias papi, por estar conmigo, y remato la frase así: ¿viste que buena es mi maestra?
-Si mi amor, ¿te gusta mucho tu maestra?
-Si mami si me gusta, ¿sabes por que?... Por que es igualita a ti.
Y entonces entendí que como los polos opuestos se atraen, así mismo los polos iguales se repelen, aquella maestra era como yo, o yo como ella, en lo metódica, en lo ordenada, en lo vertical, y en como aplicaba el control sobre sus alumnos buscando lo mejor de ellos en cada situación, tanto como lo hacia yo con mi hijo, por eso me había incomodado la fuerza con la que me habló, pero a la vez comencé a sentir simpatía aquella mujer, le daba confianza y respeto a mi hijo, tanto que con cinco años ya estaba leyendo y se sentía seguro bajo su cuidado, ese fue el mejor regalo de cumpleaños que le podía dar su maestra, y haberla escogido el mejor regalo que le podía dar su directora (su teacher querida como el dice) y yo estaba agradecida.